Corro todo recto, pasando una enorme sala de columnas y un
par de patios interiores. Si Edfú ha querido entrar solo es por que me está
ocultando algo. Todas las paredes están llenas de grabados y cuando paso por
delante tengo la extraña sensación de que me observan. Giro a la derecha y veo
una puerta de la que sale luz. Me acerco sigilosamente, para que si hay alguien
dentro no me descubra.
- Hola, joven ¿Estás buscando algo?-
Me giro todo lo deprisa que puedo para encontrarme cara a
cara con un sacerdote.
Lleva una túnica blanca y una piel de cocodrilo sobre los
hombros. Sus sandalias también parecen estar hechas de este material. Tiene la
cabeza rapada y un collar de lo que parecen dientes. Tiene rasgos afilados,
astutos. Pero eso no es lo más inquietante.
Sus ojos.
Sus ojos son solamente verdes, del color del fango. Solo una
pupila, parecida a la de un gato pero mucho más fina, ocupa espacio dentro de
ese mar verde.
Sonríe y enseña sus dientes, ligeramente afilados.
No respondo, así que vuelve a preguntarme:
-¿Te has perdido?-
Estoy a punto de no contestarme y pirarme de aquí lo más
rápido que pueda, pero algo dentro de mí me incita a ser amable con él.
- estoy buscando a un amigo, ha entrado hace un rato.-
Su sonrisa se hace más ancha.
- Sígueme, yo te ayudaré a buscarlo ¿Cómo te llamas?-
- Grace.- Suelto una risita, de repente realmente me agrada
la idea de que este desconocido me ayude.
- Yo me llamo Kebos, ven, busquemos a tu amigo.-
Vuelvo a reír. Todo esto es tan tonto, Edfú me había pedido
que me quedase quieta ¿Por qué no estoy haciendo eso? ¿Qué sentido tiene ir a
buscarle?
Kebos me guía por galerías y pasillos hasta llegar a una
sala llena de pequeñas cajas de madera decoradas con el relieve de un río .Él
al ver que los estoy mirando, comenta:
-Son cocodrilos momificados.-
-¡Eso es genial!- Exclamo, encantada. ¿Cómo he podido
desconfiar de este hombre?
Aunque hay algo que no acaba de cuadrarme.
-Mi amigo no está aquí. Deberíamos seguir buscando.- Me río
con ganas ¡Es tan divertido, Edfú no está aquí!
Kebos me sonríe burlón.
-No hay nadie más en el templo en estos momentos. Tu amigo
debe de haberse ido ¿Estás segura de que no te has confundido, como se
llamaba?-
Le sonrío mientras le respondo.
-Edfú.-
Su sonrisa se desmorona y es sustituida por una mueca cruel.
Entonces fija su vista en el colgante que llevo al cuello.
-Eres tú- Suelta algo parecido a un gruñido, ya no me
resulta tan agradable.- Tú eres la portadora.- Sus últimas palabras apenas se
oyen. Su cara se alarga y se estira adquiriendo la forma de un hocico de
cocodrilo. Solo alganzo a hacer una pequeña <o> antes de que se lance
hacia mí.
Cruzo los brazos delante de mi cara, impidiendo que me
muerda, pero consigue que la cabeza me de vueltas. Cuando vuelve a atacar yo ya
estoy más espabilada y consigo esquivarlo antes de que me arranque la cabeza.
Antes de que pueda volver a embestir le pego una patada en las piernas y salgo
corriendo por los pasillos del templo, intentando encontrar la salida.
Giro hacia la derecha y hacia la izquierda varias veces
atravesando corredores todo lo rápido que puedo, pero sigo notando su
respiración detrás de mí. Un sudor frío me recorre la frente. Voy a morir
comida por un maldito cocodrilo mutante.
Entonces veo la luz. No la luz de cuando te has muerto.
Literalmente una luz. La luz de la salida. Ya no noto las piernas, pero hago un
último esfuerzo y las hago correr más rápido, provocando punzadas de dolor por
todo mi cuerpo.
Cuando ya casi he llegado a la puerta y creo haberlo
despistado un cuerpo sale de un pasillo lateral y choca contra mí. Caemos al
suelo. Pego codazos y pataleo para quitarme su cuerpo de encima. El cariño por
Kebos se ha evaporado, como si nunca hubiese existido.
-¡APARTARE DE MÍ REPTIL ASQUEROSO!
Se levanto y aprovecho para empujarle y darle un fuerte
puñetazo en el estómago y otro en el
ojo. Se dobla por la mitad a causa del golpe en el abdomen y yo aprovecho este
pequeño lapso para volver a correr hacia la puerta. Cuando creo que tengo una
oportunidad para salir de aquí algo me agarra la muñeca y tira de mí hacia
atrás y me empuja contra la pared. Mi cabeza choca contra la piedra y cierro
los ojos con fuerza, lo último que quiero ver antes de morir es un cocodrilo
arrancándome la cabeza. Noto sus brazos apoyándose en la pared, rodeándome, formando
una jaula para que no pueda escapar. Está tan cerca de mí que puedo notar su
aliento en mi cara. Aunque no huele a sangre, como yo me esperaba, sino a loto.
Es bastante irónico que el primer olor que percibo al despertarme sea el último
que huela antes de morirme.
No lo veo, pero siento como apoya también los codos en la
pared, acortando aún más la distancia entre nosotros. El sudor me pega el pelo
al cráneo y mi único pensamiento razonal se dirige hacia si tendré una familia
que me echará de menos. Lo dudo.
Trago saliva. Levanto la cabeza, aunque mantengo los ojos
fuertemente cerrados. Con satisfacción oigo que respira con dificultad por mi
puñetazo en el estómago. Abre la boca…
-Maldita sea, Grace.- Se detiene un momento para respirar.-
¿Pero qué narices te pasa? Me has fastidiado el ojo.-
Suspiro sonoramente, aliviada, y suelto el aire que no me
había dado cuenta que contenía.
Es Edfú.
El imbécil de Edfú.
Levanto la rodilla y le pego una patada en la espinilla.
-¡¿Dónde estabas?!- Prácticamente le grito.
Él, ignorándome completamente, arquea la espalda, haciendo
que estemos a la misma altura y que su frente se apoye en la mía. Respira
profundamente, como si le estuviese costando un gran esfuerzo. Sus ojos brillan
más de lo normal. Baja la vista hasta donde yo le he pateado y después vuelve a
fijar su mirada en mí. Me produce escalofríos. Le miro en respuesta, intentando
que no se note demasiado que el corazón me late diez veces más rápido de lo
normal. Lo peor es que no estoy segura de que sea por la carrera de antes.
Con su boca, a unos escasos ocho centímetros de la mía, dice:
-Te mataré mientras duermes, lo sabes ¿Verdad?-
Inspiro hondo.
-No podrás matarme si te mato yo primero, y eso pasará si no
te alejas de mí en los próximos tres segundos.-
No me hace caso, por el contrario, acorta el espacio, hasta
que solo un pequeño centímetro nos separa. Si inclinase levemente la cabeza
ahora, nuestros labios se tocarían.
Estoy a punto de apartarle, pero en el último momento me doy
cuenta de que realmente le cuesta mucho respirar. Le hecho un poco hacia atrás
y le sujeto los brazos para que no se caiga.
-¿Edfú?-
-¿Si?- Responde, susurrando.
-¿Estás bien?- Nada más preguntarlo me parece obvio. No está bien, nada bien. Tiene que apoyarse en
mi para o caerse y no respira bien.
Abre la boca para contestarme (Algo sarcástico, seguro),
pero en vez de eso se derrumba, apoyando todo su peso en mí. Entonces reparo en
la presencia de Kebos, que debe seguir en alguna parte del edificio. En una
situación normal gritaría pidiendo ayuda, pero si gritase ahora alertaría de mi
presencia al horroroso hombre-cocodrilo, así que salgo, cargada con Edfú, lo más
rápido que puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario