jueves, 27 de junio de 2013

Desérticos



Le estoy pasando un paño húmedo por la frente cuando Edfú abre los ojos.  Seguramente es por la luz de la luna que entra por la ventana, pero cuando los abre y me mira sus ojos parecen plateados. Está tumbado en una cama dentro de una tienda de pieles.
Mientras cargaba  con Edfú se fue haciendo de noche y la temperatura empezó a bajar. Empecé a congelarme y a tiritar. Me parecía que él pesaba cada vez más según avanzaba la noche, aunque yo sabía que era por que me iba cansando y no podría resistir más tiempo. Estaba a punto de derrumbarme en la arena y dejarme morir ahí, en medio del desierto, cuando ellos aparecieron.
Los desérticos.
Gente que vive en el desierto.
Me explicaron que roban al faraón para poder proporcionarles dinero a los ciudadanos que no pueden pagar sus impuestos. Los guardias del faraón  nunca han podido atraparlos, así que son como una especie de leyenda. La voz de Edfú me saca de mis pensamientos.
-¿Me engañan mis ojos o la pequeña gruñona desagradecida de Grace me está cuidando? ¡Qué alguien me pellizque!-
Y yo, le pellizco.
-Au.- exclama, aunque sonríe.
Su ojo derecho tiene un color morado oscuro y parece que sigue sin respira bien, aunque ya puede inspirar aire. Estoy a punto de responderle algo cuando la puerta de la tienda se abre y Jeneret, la líder del campamento, entra acompañada de Saiss, la sanadora del grupo. Aparecen con una pequeña lámpara de aceite y por un pequeño momento me entran ganas de arrebatársela y frotarla, pero se me pasa enseguida. En cuanto aparecen la cara de Edfú de ilumina con una sonrisa de oreja a oreja y tengo la tentación de poner los ojos en blanco. Jeneret y Saiss le devuelven la sonrisa, mientras que la primera pregunta:
-Ya era hora, forastero ¿Cuál es tu nombre?-
Él me mira, seguramente se estará preguntando por que no he dicho quien es. Me encojo de hombros. No confío plenamente en los desérticos aunque hayan sido tan hospitalarios. Nada más llegar me consiguieron agua, alimentos y me dejaron descansar, después de haberme recuperado me enseñaron cada centímetro de su hogar, desde el cobertizo donde guardan todos sus armas hasta la terraza que usan como comedor. Pero esta última semana he aprendido que no hay que confiar en cualquiera. Sin ir más lejos yo no confío en Edfú, simplemente sigo con él  por que me ayudará.
- Me llamo Noclah.-
Le miro, extrañada, pero no digo nada, seguramente tampoco confíe en ellas.
Comprueban que sus heridas están sanando y se vuelven a ir, no sin antes comérselo con los ojos, que asco.
Compruebo que  sus siluetas ya casi no se ven y le pregunto:
-¿Por qué no las has dicho tu nombre?-
Me sonríe, pícaro, y me contesta:
-¿Qué te hace pensar que a ti te lo he dicho?-
Touché.
Entrecierro los ojos. De todas maneras, si me ayuda a conseguir llegar al templo de Isis por mí perfecto.
Me levanto para ir fuera pero Edfú me agarra la mano, yo me giro para mirarlo y dice:
-Ya no llevas el vestido.-
Por supuesto tiene razón. Cuando llegué aquí me proporcionaron ropa nueva, un vestido color arena más cómodo que se me ajusta a la cintura, aunque sigo llevando las mismas sandalias y me he recogido el pelo con tres trenzas que luego se unen en la parte de atrás de mi cabeza.
-Los desérticos me han dado ropa, el otro vestido estaba lleno de sangre.-
Su expresión se vuelve seria de repente.
-Tú sangre.-
Un inoportuno escalofrío me recorre la columna al recordar la sensación de la hoja de un puñal clavado en mi estómago y me acuerdo de que le pegué un par de puñetazos a Edfú.
- Oye, siento lo de ayer, no pensaba que eras tú, de verdad.-
Sus ojos relampaguean un momento y cuando habla lo hace con ira, aunque no está dirigida a mí.
-Ese maldito cocodrilo.-
Le dejo en la tienda farfullando mientras yo salgo fuera para que me de un poco el aire. Me detengo. Me doy cuenta de algo.
Nadie ha dicho nada de un cocodrilo.

Después de pasear un poco el cansancio me puede y vuelvo a la cabaña donde encuentro a Edfú dormido. Saiss tiene razón, sus heridas se están curando, pero muy lentamente.  Me tumbo en un catre que hay a la derecha del suyo y pongo las manos detrás de mi cabeza, mirando al techo. No puedo quitarme de la cabeza las palabras de Kebos <<Eres tú. Tú eres la portadora>> ¿Tiene eso algo que ver con la inscripción de mi collar? Claro que sí ¿Pero, qué? Tengo la cabeza hecha un lío y que no tenga nada con lo que taparme del horroroso frío del desierto no ayuda nada. De repente noto algo que me cubre y me da calor.
Una manta.
Me giro, para ver a Edfú mirarme con una pequeña sonrisa de medio lado. Jeneret ha dejado una pequeña lámpara de aceite en la habitación que emite la luz suficiente para ver que él ahora no tiene nada con lo que cubrirse del frío.
Me levanto despacio, intentando no hacer ruido para no despertar a la gente de las cabañas contiguas y agarro la manta, fina pero calentita y se la vuelvo a poner por encima. Él todavía lleva la ropa del otro día, una camisa y unos pantalones de media pierna raídos por los bordes. Le pongo la manta para que le cubra todo el cuerpo y no pase frío. Noto su mirada sobre mí pero yo no lo miro y vuelvo a mi cama. Después de un momento vuelvo a notar la manta encima de mí y me giro para verle.
- Edfú haz el favor de taparte, tienes que curarte y el frío del desierto por la noche no ayudará.-
Él sonríe, seguramente por que acabo de usar las mismas palabras que él el otro día en el oasis. Vuelvo a coger la manta y estoy a punto de volver a ponérsela por encima pero me agarra por las muñecas. Se ha sentado y me mira fijamente, sus ojos tienen un brillo extraño.
-Grace- Dice- Tápate, ¿Vale? Yo estoy bien.-
- Pero hace frío.- Veo que me va a responder y añado- Y tú todavía estás herido.
-Exacto, yo ya estoy herido, no queremos que tu te constipes y estemos los dos enfermos ¿No?-
En eso tiene razón, pero no voy a dejarle dormir al raso.
-Vamos, Grace, déjalo, duérmete-
Será porque soy una cabezota pero me niego a dejarle ganar.
-No.-
Él suspira, seguramente un poco harto de mí.
-Grace, por favor.-
Me quedo quieta. Edfú nunca me había pedido nada por favor y parece un poco vencido cuando lo dice.
Doy la vuelta a su cama y me tumbo a su lado. Él parece algo alarmado cuando dice:
-¿Grace, que estás haciendo?-
-¿Quieres que me tape con la estúpida manta? Muy bien, me tapo, pero tú también.-
Todavía parece estar flipando, pero se tumba a mi lado y nos cubre a los dos con la manta. Me giro para quedar de espaldas a él y le digo, susurrando pero firme:
-Buenas noches.-
No le veo pero sé que sonríe.
-Buenas noches.-

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