Le estoy pasando un paño húmedo por la frente cuando Edfú
abre los ojos. Seguramente es por la luz
de la luna que entra por la ventana, pero cuando los abre y me mira sus ojos
parecen plateados. Está tumbado en una cama dentro de una tienda de pieles.
Mientras cargaba con
Edfú se fue haciendo de noche y la temperatura empezó a bajar. Empecé a
congelarme y a tiritar. Me parecía que él pesaba cada vez más según avanzaba la
noche, aunque yo sabía que era por que me iba cansando y no podría resistir más
tiempo. Estaba a punto de derrumbarme en la arena y dejarme morir ahí, en medio
del desierto, cuando ellos aparecieron.
Los desérticos.
Gente que vive en el desierto.
Me explicaron que roban al faraón para poder proporcionarles
dinero a los ciudadanos que no pueden pagar sus impuestos. Los guardias del
faraón nunca han podido atraparlos, así
que son como una especie de leyenda. La voz de Edfú me saca de mis
pensamientos.
-¿Me engañan mis ojos o la pequeña gruñona desagradecida de
Grace me está cuidando? ¡Qué alguien me pellizque!-
Y yo, le pellizco.
-Au.- exclama, aunque sonríe.
Su ojo derecho tiene un color morado oscuro y parece que
sigue sin respira bien, aunque ya puede inspirar aire. Estoy a punto de
responderle algo cuando la puerta de la tienda se abre y Jeneret, la líder del
campamento, entra acompañada de Saiss, la sanadora del grupo. Aparecen con una
pequeña lámpara de aceite y por un pequeño momento me entran ganas de
arrebatársela y frotarla, pero se me pasa enseguida. En cuanto aparecen la cara
de Edfú de ilumina con una sonrisa de oreja a oreja y tengo la tentación de
poner los ojos en blanco. Jeneret y Saiss le devuelven la sonrisa, mientras que
la primera pregunta:
-Ya era hora, forastero ¿Cuál es tu nombre?-
Él me mira, seguramente se estará preguntando por que no he
dicho quien es. Me encojo de hombros. No confío plenamente en los desérticos
aunque hayan sido tan hospitalarios. Nada más llegar me consiguieron agua,
alimentos y me dejaron descansar, después de haberme recuperado me enseñaron
cada centímetro de su hogar, desde el cobertizo donde guardan todos sus armas
hasta la terraza que usan como comedor. Pero esta última semana he aprendido
que no hay que confiar en cualquiera. Sin ir más lejos yo no confío en Edfú,
simplemente sigo con él por que me
ayudará.
- Me llamo Noclah.-
Le miro, extrañada, pero no digo nada, seguramente tampoco
confíe en ellas.
Comprueban que sus heridas están sanando y se vuelven a ir,
no sin antes comérselo con los ojos, que asco.
Compruebo que sus
siluetas ya casi no se ven y le pregunto:
-¿Por qué no las has dicho tu nombre?-
Me sonríe, pícaro, y me contesta:
-¿Qué te hace pensar que a ti te lo he dicho?-
Touché.
Entrecierro los ojos. De todas maneras, si me ayuda a
conseguir llegar al templo de Isis por mí perfecto.
Me levanto para ir fuera pero Edfú me agarra la mano, yo me
giro para mirarlo y dice:
-Ya no llevas el vestido.-
Por supuesto tiene razón. Cuando llegué aquí me
proporcionaron ropa nueva, un vestido color arena más cómodo que se me ajusta a
la cintura, aunque sigo llevando las mismas sandalias y me he recogido el pelo con
tres trenzas que luego se unen en la parte de atrás de mi cabeza.
-Los desérticos me han dado ropa, el otro vestido estaba
lleno de sangre.-
Su expresión se vuelve seria de repente.
-Tú sangre.-
Un inoportuno escalofrío me recorre la columna al recordar
la sensación de la hoja de un puñal clavado en mi estómago y me acuerdo de que
le pegué un par de puñetazos a Edfú.
- Oye, siento lo de ayer, no pensaba que eras tú, de
verdad.-
Sus ojos relampaguean un momento y cuando habla lo hace con
ira, aunque no está dirigida a mí.
-Ese maldito cocodrilo.-
Le dejo en la tienda farfullando mientras yo salgo fuera
para que me de un poco el aire. Me detengo. Me doy cuenta de algo.
Nadie ha dicho nada de un cocodrilo.
Después de pasear un poco el cansancio me puede y vuelvo a
la cabaña donde encuentro a Edfú dormido. Saiss tiene razón, sus heridas se
están curando, pero muy lentamente. Me
tumbo en un catre que hay a la derecha del suyo y pongo las manos detrás de mi
cabeza, mirando al techo. No puedo quitarme de la cabeza las palabras de Kebos
<<Eres tú. Tú eres la portadora>> ¿Tiene eso algo que ver con la
inscripción de mi collar? Claro que sí ¿Pero, qué? Tengo la cabeza hecha un lío
y que no tenga nada con lo que taparme del horroroso frío del desierto no ayuda
nada. De repente noto algo que me cubre y me da calor.
Una manta.
Me giro, para ver a Edfú mirarme con una pequeña sonrisa de
medio lado. Jeneret ha dejado una pequeña lámpara de aceite en la habitación
que emite la luz suficiente para ver que él ahora no tiene nada con lo que
cubrirse del frío.
Me levanto despacio, intentando no hacer ruido para no
despertar a la gente de las cabañas contiguas y agarro la manta, fina pero
calentita y se la vuelvo a poner por encima. Él todavía lleva la ropa del otro
día, una camisa y unos pantalones de media pierna raídos por los bordes. Le
pongo la manta para que le cubra todo el cuerpo y no pase frío. Noto su mirada
sobre mí pero yo no lo miro y vuelvo a mi cama. Después de un momento vuelvo a
notar la manta encima de mí y me giro para verle.
- Edfú haz el favor de taparte, tienes que curarte y el frío
del desierto por la noche no ayudará.-
Él sonríe, seguramente por que acabo de usar las mismas
palabras que él el otro día en el oasis. Vuelvo a coger la manta y estoy a
punto de volver a ponérsela por encima pero me agarra por las muñecas. Se ha
sentado y me mira fijamente, sus ojos tienen un brillo extraño.
-Grace- Dice- Tápate, ¿Vale? Yo estoy bien.-
- Pero hace frío.- Veo que me va a responder y añado- Y tú
todavía estás herido.
-Exacto, yo ya estoy herido, no queremos que tu te constipes
y estemos los dos enfermos ¿No?-
En eso tiene razón, pero no voy a dejarle dormir al raso.
-Vamos, Grace, déjalo, duérmete-
Será porque soy una cabezota pero me niego a dejarle ganar.
-No.-
Él suspira, seguramente un poco harto de mí.
-Grace, por favor.-
Me quedo quieta. Edfú nunca me había pedido nada por favor y
parece un poco vencido cuando lo dice.
Doy la vuelta a su cama y me tumbo a su lado. Él parece algo
alarmado cuando dice:
-¿Grace, que estás haciendo?-
-¿Quieres que me tape con la estúpida manta? Muy bien, me
tapo, pero tú también.-
Todavía parece estar flipando, pero se tumba a mi lado y nos
cubre a los dos con la manta. Me giro para quedar de espaldas a él y le digo,
susurrando pero firme:
-Buenas noches.-
No le veo pero sé que sonríe.
-Buenas noches.-
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