- ¡ Olvidala, niño! ¡ Solo es la hija de un minero!-
- ¡ Pero madre…!-
Un sonoro golpe se escucho por toda la casa mientras que la
mejilla del chico se iba tiñiendo de un rojo fuerte.
- ¡ No vuelvas a hablar de esa chica en esta casa!-
- Pero, querida…- intervino su marido
- ¡ Tu no te metas. Se perfectamente que la compras las
ardillas a esa niñata! ¡¿ Y qué pasará si lo descubren los agentes de la paz,
eh?! ¡ Esta familia se iría al garete!-
El niño no oyó mas mientras subía hacia su habitación, aunque
sabía que sus padres seguirían discutiendo en la cocina.
Peeta no entendía la razón del odio de su madre, solo suponía
que tendría algo que ver con su padre.
Se tumbó en la cama, notando unas lágrimas calientes bajándole
por las mejillas. Al día siguiente tendría lugar la cosecha de ese año, la
tercera a la que acudía. Sabía que a la familia Everdeen no le sobravan
alimentos sobre la mesa y que por eso Katniss había estado pidiendo teselas
durante todo el año. Él se sentía impotente al no poder hacer nada para poder
ayudarlas. Su madre le había dicho que la olvidara. Pero él no quería olvidar.
Recordaba perfectamente
el día en el que la había encontrado en su patio trasero. Ella estaba
empapada y delgada, muy delgada. Su padre había muerto ese año y a su familia
le habían proporcionado un pequeño suministro de comida que ya se debería haber
agotado. Él había quemado el pan, y tras recibir una bofetada de su madre por
ser tan inútil, se lo había tirado a ella para que lo recogiera. En su mente
siempre quedaría grabada su cara cuando el pan aterrizó en el suelo. Peeta había
subido corriendo a su habitación y la había visto marchar, guardando ese
pequeño alimento debajo de su abrigo, como si fuese el tesoro más valioso del
mundo.
Fue entonces, tumbado en la cama y con la mejilla dolorida,
cuando se dio cuenta de que no podría soportar verla ir a una arena para
competir en Los juegos del hambre y que si eso llegaba a pasar el iría con ella
para poder protegerla. En ese momento y siempre.
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